En PROCAÑA consideramos fundamental participar con nuestro testimonio libre y voluntario en el espacio de escucha propuesto por la Comisión de la Verdad. Nunca se hicieron visibles los efectos e impactos sufridos por los cultivadores de caña en el marco del conflicto armado en Colombia, por miedo a repetir las historias de dolor y muerte que los obligaron a guardar silencio sobre el daño emocional y psicológico de las heridas de una guerra fratricida.
Los grupos armados al margen de la ley vieron en los cañicultores un objetivo fácil. La imposibilidad de movilización de los cultivos, la gran dificultad de reconversión a otra actividad rentable y la precaria presencia y protección del Estado en la zona rural, restringió la capacidad de maniobra de los productores del campo. Los cultivadores de caña y sus familias se vieron obligados a desarrollar su actividad productiva y vida cotidiana en un contexto de violencia.
En los ochenta la guerrilla encontró en el secuestro su fuente de financiación, obligando a muchos a vender sus predios por miedo. Así llegó el narcotráfico al suroccidente -de la mano de los paramilitares- comprando las tierras, la moral y la política, y poniendo a los productores del campo en medio del fuego cruzado.
La situación anterior ocasionó daños irreparables. La vida en el exilio como escape condenándolos a estar lejos de su patria, el rompimiento de familias que vieron como secuestraban a sus seres queridos una y otra vez, la víctima viviendo a diario con el temor de ser asesinada y nunca regresar, y la impotencia de familiares a quiénes solo los animaba la esperanza de volver a ver a su ser amado.
El desplazamiento y ausentismo de dos generaciones de jóvenes que por temores de sus padres no pudieron generar arraigo, amor y sentido de pertenencia hacia las actividades agropecuarias, generando una ruptura generacional que apenas hoy, gracias al esfuerzo de las familias y trabajo gremial estamos tratando de recuperar.
Y a pesar de todo, la resiliencia de los cultivadores de caña ha sido admirable: pese al miedo por la ausencia de la justicia, el riesgo de repetición y la alta probabilidad de perder su patrimonio y la vida misma, la mayor parte de los cultivadores de caña decidieron quedarse en el país y mantener su compromiso con la caña, que más que un cultivo es un proyecto de vida y una forma de contribuir con la construcción de tejido social y desarrollo socioeconómico.
Los cañicultores han sido protagonistas del desarrollo, generando más de 286.000 empleos, participando en programas y proyectos en el territorio, que tienen como objetivo mejorar la calidad de vida de sus habitantes. Destacamos que el 75% de las 242 mil hectáreas en caña, están divididas en 3.362 fincas propiedad de 2.750 cultivadores de caña y que solo 60 mil hectáreas son propiedad de ingenios. Fue importante visibilizar que el tamaño de la unidad productiva de las cuales el 65% tiene menos de 60 hectáreas y que más de 736 tienen menos de 10 hectáreas.
Son innumerables los aportes que ha hecho el sector para la paz, como la creación de Cenicaña, el Fondo Social y Compromiso Rural, que generan grandes beneficios gracias a los aportes voluntarios de cultivadores de caña e ingenios, la Guía de Caña Sostenible Fénix y Obras por impuestos, llevando bienestar a miles de familias en el territorio.
Las recomendaciones del gremio para la búsqueda de la paz se fundamentan en la generación de empleo digno, gran apoyo a la educación y la eficiente aplicación de la justicia en igualdad de condiciones para todos.
Agradecemos a la Comisión de la Verdad el habernos invitado a ser la voz de los cañicultores, para contar las historias y tragedias nunca mencionadas que ayudarán a sanar profundas heridas; y permitir que los cultivadores de caña sean reconocidos como víctimas de la violencia ocurrida entre 1958 y 2016 en el marco del conflicto armado para quedar reflejados en el informe que producirá la Comisión de la Verdad para este año.